Cuentos de un hombre a solas
Hacía años que Fernández, ingeniero y funcionario de obras públicas, sospechaba que el tedio regulaba su vida. Con puntualidad, se levantaba, ya sin siquiera mirar a Marta, y, después de un café de pie y del ascensor que terminaba de despertarlo con las sacudidas en la cuarta planta, salía al tempranero ajetreo de la calle, que ya no advertía, porque él mismo era parte de ese ajetreo.
Al cabo de veintinueve pasos exactos, diariamente contados en el transcurso de quince años que habían pasado con la velocidad del relámpago, llegaba a la esquina, cruzaba en diagonal hacia la izquierda y en diagonal seguía a través del parque. Su vida era fiel al “de casa a la oficina, de la oficina a casa”
Desde el alba
Un hombre es todos los hombres, le leí alguna vez a Borges. Este poemario tiene esa unicidad de narrador: desde el principio de la vida de todos los hombres, hasta la muerte de uno y todos. Baste decir que Desde el alba fue primeramente publicado en papel en 1988 a través del premio Florián de Ocampo, de la Diputación de Zamora, con un jurado que honra a este autor y de cuyos nombres no quiere aprovecharse. Como claves a este conjunto de poemas, limitémonos a unos nombres: Platón y John Dunne, ingeniero y pensador irlandés. El primero aportó los mundos de las ideas y de las apariencias; el último, su teoría del tiempo serial, ya en sí poética, que cala en las imágenes y la misma estructura de los poemas. No creo que este libro sea para el amante de la poesía desnuda; aunque también es cierto que el misterio del poema puede obrar milagros.
A orillas del Bahana
..every man is desirous of what is good for
him, and shuns what is evil…. and this
he doth, by a certain impulsion of nature,…
Thomas Hobbes
(…todo hombre desea lo que le resulta bueno,
y rechaza lo malo…y esto hace por cierto
impulso de la naturaleza)
Los Falsarios
Aunque muchos lo vieron y hasta le oyeron hablar en más de una ocasión, no muchos lo conocieron, y hoy soy de los pocos que aún recuerdan a Ricardo García Mataga. Quizás una sucinta descripción y unos datos escuetos sirvan para traerlo a la memoria. Era ese hombre alto y enjuto, de bigote breve, que hace ya unas décadas frecuentaba el Café Central por las mañanas y Casa Elizalde por las noches. En él habían confluido nuestro moreno recio del sur y la altura desgarbada del norte, que explicaba la españolización de su apellido, McTaggart, traído por un tatarabuelo presbiteriano que había recalado en nuestra ciudad a mediados del diecinueve, según contaba él mismo en sus más que frecuentes discreteos. Lo habrán visto más de una vez platicando ampulosamente delante de un café, conjurando la atención de sus contertulios, o acodado en la larga barra de madera de la famosa bodega que compartía con ilustres ciudadanos de ojos somnolientos y
piernas temblorosas. Ganó cierto renombre una época gracias a un libro de poemas y a una novela de ambientación gitana en la que pretendía tener un conocimiento profundo de esa gente, de su comportamiento, de sus costumbres.
En la Zona Oscura
El domingo siempre ha sido un placer, se dijo, y, despreocupado, las manos en los bolsillos, Juan siguió a lo largo de la cerca mirando el jardín de la casa abandonada, que más parecía una jungla que un jardín. Cómo no iba a dar miedo si parecía el Amazonas. Se detuvo ante la puerta cancela, le faltaba pintura, y alzó la vista a la fachada. Tenía la fama que tenía, la casa esa, la que se había ganado a pulso, decían, desde antes que él naciera, el asesinato de la madre y sus hijas, la desaparición del padre, la del inglés, que había llegado un día con mochila y se había atrevido a entrar; hasta un perro había desaparecido; y una quinceañera que estaba de paso con su familia y había dejado un revuelo de guardiaciviles y abogados; pero él no se acordaba; todo eso lo decían los mayores.